Literal Madness

Lo verdaderamente obsceno, inaceptable, en tiempos como éstos, es que alguien exija al resto de la humanidad preocuparse por los picos de los pobres colibríes de algún extraño lugar, picos cuyas cavidades han sido invadidas por dañinos hongos, a causa de algún desecho contaminante -pútrido- que algunos seres humanos arrojaron al ambiente.

Justamente eso fue lo que leí hace unas horas en la sección de comentarios de un foro de consulta pública, de donde se supone saldrán nuevas iniciativas para legislar la ciudad. Primero me reí, pero ahora, en serio, me acuerdo de todo esto y me da náusea. ¿Abogar por los colibríes en un momento histórico en que todos, todos, estamos al borde de la desaparición? Oh, pero pobrecitos colibríes. No se vayan a morir. Qué indolencia la de nosotros, qué perversos, qué malvados, los egóticos humanos.

El colmo: esta coherente petición fue hecha por el humano en cuestión desde una cómoda ventana virtual. La lucha por los derechos de los animales (¡oh, cuánta compasión!, ¡un aplauso para este hombre, por favor!) al alcance de un click.

Lo confieso. Como humana, lo único por lo que siento verdadero asco, son los otros humanos.

The Cat Inside

Pensaba que el maullido ininterrumpido de ese gato arriba de mi techo era el infierno. Y me alegré cuando no lo escuché más.

Ahora entiendo que el verdadero suplicio empezó cuando dejó de maullar.

Las proyecciones del ego

Cuando tú señalas mis defectos de ego, ¿señalas realmente mis defectos de ego o señalas los tuyos a través de alguien que tú crees que soy yo?

Y cuando yo pregunto esto, ¿señalo realmente tus defectos de ego o sólo estoy rechazando mis propios defectos y atribuyéndotelos porque no puedo aceptar que los tengo?

El juego eterno. Repruebas mi ego y yo pienso que deberías revisar el tuyo. Luego repruebo tu ego y tú piensas que debo revisar el propio.

Juego sucio el de las proyecciones del ego.

La escritura y el ego II

Un texto propio también se construye de la escritura de los otros.

Me repito: un texto propio también se construye de la escritura de los otros.

Barthes knows.

Revolución en ciernes

Abro en una página random un libro de Rafa y, como si fuera un milagro, leerlo me ayuda a recordar lo esencial:

“Gertrude Stein dijo que cuando uno está empezando a escribir, siempre está bajo la sombra de lo que acaba de pasar, y que, en la lucha contra ello, los otros -que ya escribían o seguían haciéndolo bajo una vieja plataforma- siempre percibían una fealdad y algo de resistencia. Me gusta esa sensación de la belleza escondida, de una revolución en ciernes, de secreto guardado que termina en el cubo de basura o en una nota periodística.”

Ahora quiero -necesito- leer a Gertrude Stein.

La escritura y el ego

Quizá no escribo textos perfectos.

Me repito: quizá no escribo textos perfectos.

La escritura y el cuerpo

La escritura es un acto ligado indisolublemente al cuerpo. Me sorprendió descubrirlo en días recientes dada mi proclividad a lo mental: hasta hace poco pensaba que sólo al mundo de las ideas pertenecía la escritura. Pero no. Luego de mis tentativas, durante las últimas semanas, de escribir después de la jornada laboral, supe que la escritura es fundamentalmente una actividad corporal. Se escribe con el cuerpo: en la escritura hay que poner no sólo la mente, sino el organismo entero. El escritor sitúa frente a la página su cuerpo: cansado, aturdido, adolorido, hinchado, obeso, desnutrido, y alguna correlación existe entre ese cuerpo y el texto que emana de él. Se escribe irremediablemente con un cuerpo, y no hay dimensión intelectual que burle el medio a través del cual dicha dimensión se hace evidente. Probablemente, en la escritura hay un porcentaje mayor de cuerpo que de intelecto. Por eso los mejores escritores -Nietzsche entre ellos- recomendaban escribir caminando y comer bien, porque supieron ver que hay una dimensión fisiológica subyacente a todo texto.

El escritor que cuida de su cuerpo, cuida de su texto.

El cuerpo, la mente y el texto son la verdadera triada intelectual.

Sept 1, 2022

Cuánto duele descubrir que no hay maestros.