Qué locura entregarse (o someterse) a este jueguito depravado de las palabras, ¿verdad?
El lenguaje (esa adicción, esa entelequia) es un jueguito depravado, ¿verdad?
Una locura, un síntoma de demencia, un jueguito depravado.
Sí.
Observo con detalle la hinchazón del cadáver de ese pobre can muerto a la orilla de la banqueta y pienso: quizá tenía que sobrevenir la catástrofe para que pudiéramos, por fin, existir. Quizá este lento pero acuciante apocalipsis en marcha era necesario para sentirnos, de nuevo, humanos. Nada loable hay en el proyecto fallido de nuestra humanidad, pero ningún cataclismo fue tan inminente. Hay algunos que no despertarán, es cierto, de su sueño eterno: dopados, colmados de lo inmediato, jamás olerán el perfume pútrido del cadáver. Pero sé que hay otros que sí, y lo sé porque respiro a diario ese aire sucio y contaminado de putrefacción, de descenso, de incertidumbre. Lo respiro en todos lados. Por lo pronto, quienes tenemos olfato sólo podemos observar la hinchazón del cuerpo descompuesto, aceptarlo. Recibir sin lamento lo que viene. Regocijarnos.
Quizá por fin, en el fin, podremos existir.
Entre la infatuación y la repulsión, entre la admiración absoluta y el desprecio desmedido, ahí existo: en ese péndulo. Mi vida se reduce al trayecto de ese maldito péndulo de sufrimiento y pudor.
Pero, hoy, alguien me susurró al oído un secreto, tuve otra revelación: ya he sido suficiente tiempo la que admira, el otro ser que soy yo misma me pide ahora ser la que actúa.
She knows. He knows.
Obedezco.
He leído a más de un escritor referirse al contenido de su lenguaje literario como “los materiales”, y a mí ese concepto no me queda claro, me confunde al grado de la repugnancia incluso. No invocaré a las musas, ni a virtudes abstractas del escritor como la inspiración, pero la idea de “los materiales” me suena prosaica, anti-literaria, como si la literatura fuera equiparable a cualquier actividad humana ajena al lenguaje. ¿Hay algo de específico, de místico, de suprahumano, en el quehacer literario? Sé que es fácil desmontar la dicotomía recién instaurada, demasiado fácil burlarla. Pero también sé que no hay punto medio: entre la praxis de lo material y la contemplación de lo místico no hay conciliación posible.
¿O la hay?
Alguien, por favor, dígame que la hay.
“Yo solamente creo en la literatura. Es lo único, creo, en lo que creo. Todo lo demás me parece despreciable, todo lo demás me parece sospechoso, todo lo demás me parece vulgar, etcétera etcétera etcétera. Pero al mismo tiempo yo creo que, como es obvio, no puedes estar todo el tiempo dedicado a aquello único en lo que crees. Es imposible, nadie puede tener esa relación psicótica, completamente psicótica. Entonces para cortar un poco esa psicosis -de creencia, de hipercreencia, en un objeto totalmente único, porque realmente ese nivel de creencia no hay ningún otro objeto en el mundo que lo despierte en mí- hacen falta como unos objetos malos, unos objetos impuros, vulgares, con los que uno tiene una relación más conflictiva, más de tensión, más de hostilidad, de crítica, de distancia. Y esos objetos malos son estos otros objetos parciales, esas escrituras parciales, de las que todos más o menos vivimos, porque creo que ninguno aquí todavía accedió a esa especie de sumun que para mí es el sumun de la paranoia también, que es el escritor que sólo vive de escribir sus libros, digamos. Cuando yo imagino esa situación para mí, lo que yo imagino es que yo escribo mis libros durante dos horas por día, porque tampoco puedo escribir ocho horas por día literatura, no se sostiene eso, es imposible. Y el resto del tiempo no haría nada, absolutamente nada, estaría tirado en la cama, en la misma cama en la que escribiría, por otra parte. Entonces me parece que hacen falta estos otros objetos como un poco satélites: el periodismo, la escritura de guión de cine, las conferencias, eso que me parece que Roberto caracterizó muy bien como ser escritor, más que escribir, aun cuando para ser escritor también hay que escribir las conferencias, etcétera, que son objetos parciales con los que yo personalmente siempre tengo una relación como de insatisfacción total, total, total. Pero solamente tengo una relación con esos objetos parciales de insatisfacción total porque creo que la relación de satisfacción total la tengo con la literatura. Pero al mismo tiempo sé que es un lugar en el que no podría vivir, como nadie puede vivir en la satisfacción total, es imposible, es como el éxtasis, la psicosis, el tao místico, lo que sea. Entonces me parece que es una relación que no tiene solución en el sentido en que siempre voy a ir a buscar pequeños objetos que me distraigan de la literatura. La experiencia más típica de ser escritor es distraerse de lo que uno tiene que hacer. Todos nosotros sabemos: el momento en que por fin después de mucho tiempo de pensar de qué manera nos vamos a garantizar esas dos horitas preciosas para poder por fin dedicarnos a la novelita en la que desde hace meses queremos dedicarnos y no podemos y cuando vamos a sentarnos decimos: “dame una película…”. Ese es el momento que define a un escritor, yo diría. No es que después uno no escriba la novelita. Después la va a escribir. Pero la distracción de esa experiencia de satisfacción total -que al mismo tiempo por supuesto es una experiencia de insatisfacción total y también es una experiencia de disconformidad total- necesita tener ojos para otras cosas, hace falta eso yo creo. Yo particularmente soy además de la escuela Kafka, la escuela del escritor esclavo, me gusta ser esclavo. Me gusta. Soy muy libre siendo esclavo. En ningún lugar me siento tan libre como en mi pequeña celdita. Tiene que existir esa celdita. Si me decís: bueno, sos libre, escribí lo que quieras, me pego un tiro. Entonces necesito que esos otros objetos parciales funcionen como mis cárceles, mis pequeñas cárceles. Mis plazos, las demandas externas, la idea de que si no lo hago no voy a tener dinero para vivir, etcétera. Mientras que la literatura que es como lo gratuito total, la pérdida pura, es una demanda tan pesada, tan fuerte, tan intensa que es imposible de satisfacer, mientras que las otras son demandas parciales: hay que satisfacer al jefe de redacción, hay que satisfacer al editor, satisfacer al director de cine o al productor, es más fácil, creo, eso. La escritura es algo que no se puede gestionar, en ese sentido no es del orden de lo real, y por eso es un poco del orden de la psicosis. Por ahí es lo real puro. En cambio las otras cosas son como más imaginarias, si no te lo entrego ahora te lo entrego dentro de dos horas, y todo va a estar bien siempre. Pero me parece que no, yo no veo como un momento utópico de gran realización de deseo el momento en el que yo solamente me pueda dedicar a escribir. Realmente no lo viviría de un modo feliz.”
Alan Pauls
Convertirlo todo en literatura, llegar a ese estado.
Que las burbujas de agua y jabón en la bañera (prosaica experiencia) sean la prefiguración de la escritura futura, de la escritura pretérita.
Hay un mundo entre el mundo de las letras y el mundo de los actos. Ahí se abre el tercer ojo, ahí se despliega el tercer espacio.
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¿Buscas algo en el lenguaje? ¿Algo que existe? ¿Algo que deseas?
Busco en el lenguaje la existencia, los deseos.
Busco en el lenguaje mi propia existencia, quizá.
Mis soterrados deseos.